miércoles, 13 de septiembre de 2017

El sueño de Augusto



EL SUEÑO DE AUGUSTO
Desde muy chico Augusto tiene un sueño: construir un barco con sus manos y salir a navegar por el Río de la Plata. Claro que la cosa no es fácil, porque él vive en un edificio de once pisos en la zona de Congreso, bien céntrico. Pero como hombre práctico, acostumbrado a resolver cuestiones difíciles en las obras donde trabaja como calefaccionista y plomero, el tipo tiene esa idea fija. Muy fija. Y no se amedrenta ante nada.
         En el subsuelo del edificio hay doce cocheras y están todas ocupadas. Pero perpendicular a la rampa de acceso, entre la caja de ascensores y tres columnas centrales, queda libre un espacio bastante grande, suficientemente grande como para emprender la tarea. Una mañana, después del invierno, Augusto concurre al Easy de Palermo y compra unas planchas de terciado fenólico, unos cuantos listones, algunas tablas, cola de carpintero y dos paquetes de tornillos de bronce auto roscantes. Pone un par de caballetes en el rincón del sótano elegido, cierra el lugar con un nailon transparente y acomete el desafío. Un mes más tarde el casco está completo.
          Es un bote bastante grande, mide como cinco metros de largo y dos de ancho. Una vez calafateado y con una mano de imprimación por fuera y por dentro, el tipo decide sacarlo a la calle para llevarlo al Delta y probar la flotación. La mañana es primaveral, y Augusto ya siente el olor a río, ya imagina los juncos de la orilla hamacándose bajo el sol diáfano.
         Carajo. El bote no gira por culpa de una de las columnas, la del medio. Es una columna que soporta el edificio de once pisos. No hay caso, concluye después de forcejear un rato con la ayuda de su hijo, así el bote no sale. Y ya alquiló el trailer, que viene en camino. Entonces Augusto recurre al ingeniero amigo, el que le da trabajo en las obras de construcción. Lo llama por teléfono y le plantea el problema: hay que demoler una columna, sacar el catafalco y volver a construirla sin que el consorcio se entere, le dice.
          Esa misma tarde se encuentran en el subsuelo junto al bote varado. El ingeniero mira hacia arriba, estudia la disposición de las vigas que apean sobre la columna, mide a pasos el largo y ancho de las losas. Augusto espera con las manos apoyadas sobre la borda de la embarcación mientras el otro teclea unas cifras en su calculadora.
           Habrá que reemplazar la columna por una estructura metálica capaz de sostener los once pisos, dice el ingeniero, un cálculo rápido arroja la siguiente solución: colocar dos perfiles doble T de veintidós centímetros de alto, soldados a ménsulas de acero sujetas a las columnas vecinas con anclajes químicos importados de Alemania. Sólo de materiales tenés unas veinte lucas. Y agrega: harán falta unos dieciséis puntales metálicos, cuatro andamios tubulares con sus respectivos tablones y dos ayudantes cancheros para montar el circo y terminar la operación en veinticuatro horas.
           Augusto no queda convencido, pero agradece las molestias y lo invita a subir al departamento a tomar una cerveza. El ingeniero está apurado, tiene el auto en doble fila. Sube por la rampa y le hace notar a Augusto que la pendiente es importante, esa rampa es demasiado empinada para el largo del bote. No va a ser fácil sacarlo con el trailer.
          Tiempo después, el ingeniero llama a Augusto por teléfono para contratar sus servicios: la cañería de calefacción de una casa en Boulogne se ha oxidado y hay pérdidas en varios ambientes, habrá que cambiarla por una nueva de material plástico termo fundible, toda completa, desde la caldera hasta los veintitrés radiadores. Siguen unos segundos de silencio en los que el bote parece flotar entre los extremos de la línea telefónica. Está presente y acecha como un animal depredador, pero el ingeniero prefiere no averiguar qué pasó con la columna, los perfiles y los anclajes alemanes. Augusto tampoco dice nada. Pero la curiosidad es muy grande y al final el ingeniero se anima, no resiste quedar en ascuas, sin saber si el edificio sigue en pie o si se rajó por todas partes y hubo que llamar a los bomberos y a Defensa Civil para evacuarlo.
         -¿Y el bote? –pregunta con cautela.
         -Ya está en el agua –responde Augusto.
         -Ah –dice el ingeniero. Y se queda esperando.
         En un tono que no logra disimular cierto aire de superioridad, Augusto agrega:
        -Lo corté en dos y lo sacamos a mano con mi hijo y mi cuñado.
9/14


"Composición en negro y plata", Tinta china 35 x 50