martes, 26 de abril de 2011

ANTONIO PORCHIA

"Seguiré navegando por mares ajenos hasta naufragar en mi mar"

viernes, 8 de abril de 2011

OTOÑO CARMESÍ

Cuando la dejé giraba un viento triste en las aspas del molino. Ella parecía dormida, y tenía surcos de rimel debajo de los ojos. Un pie liviano asomaba entre las sábanas. Salí sin hacer ruido, con mi valija de cuero y mi paraguas negro. Cerré la puerta con cuidado y me alejé en silencio. Los pájaros aún aleteaban en sus nidos.

Habíamos peleado por una nimiedad, una zoncera. Pero la rabia amordazada se transformó en batalla, y nos gritamos, y le enrostré un par de cosas de las que, luego, me arrepentiría. Ahora yo me estaba yendo en busca de otro puerto, cansado, abandonado y huérfano. Y ella se quedaba sola, con su furia o su pena, quién sabe, con su piel de jazmines, su cuello de nácar y su boca de luna.

Qué inútiles los días malgastados a mi lado, pensé. Una mujer tan frágil, tan joven, tan bella. Y yo tan indecente y procaz, tan mentiroso. Hilos de luz, sombras de hojas cayendo de los árboles en un otoño carmesí.

-Nunca conseguirás dejarla -me había dicho después de la pelea. Y luego, con una mezcla de odio y de resignación: -Es la madre de tus hijos.

Caminé hasta el río. Desde la orilla podía ver la costa de Uruguay. El agua fluía lenta, irrepetible. "Es la primera de la que viene y la última de la que se va", murmuré, citando a Leonardo. Acaricié la Remington. En un abrir y cerrar de ojos me volaría los sesos. Un solo tiro, certero, en la sien derecha. Pero me senté sobre una piedra y prendí un cigarrillo. Todavía tenía olor a pólvora en los dedos: el olor de la bala que acabó con ella. El último cigarro, me dije, y un miedo atroz paralizó mis piernas. Pensé: No soy capaz, voy a seguir sufriendo hasta que el destino, el azar o una fuerza suprema decidan por mí. Cobarde, dijo una voz en mi cabeza. Tu falta de coraje será el peor castigo. Me paré y miré hacia el cielo, buscando una respuesta en ese espacio infinito. Un pájaro cruzó veloz lanzando graznidos. Y el recuerdo de sus ojos, azorados, fijos, se presentó ante mí como un glaciar de hielo eterno.