jueves, 25 de mayo de 2017
viernes, 19 de mayo de 2017
Aquilatado
el plátano
Resuena
en mi bemol la espuma inerte,
Mientras campanas volátiles
Invitan
a partir hacia otros mares.
Pero
de pronto
Emerges
de la sangre
Blandiendo
tus arpones…
Y
ocupas todas las esferas,
Las antesalas de la muerte.
Yo
ya no creo en tus promesas,
(Esas
voraces sanguijuelas insaciables.)
Entonces
te respondo:
No
hay ángeles sin nombre
Ni
arcángeles precoces,
No
hay cárceles de plumas
Ni
jaguares feroces.
Es
otro de tus trucos,
Uno más de tus delirios.
¿O es
otro laberinto,
Para
obligarme a ceder
Y
gritar
Pidiéndote
auxilio?.
El viejo fotógrafo persigue
al tigre en la jungla de Nepal. Desde hace quince años trata de obtener la foto
perfecta, pero la fiera es esquiva, y aún no ha conseguido capturar su
verdadera esencia en un retrato. El fotógrafo joven admira al viejo, lo
considera un maestro, aunque sabe que su perfeccionismo le impide publicar
trabajos de los que él, apenas un aprendiz, estaría orgulloso. Y entonces le
sigue los pasos tratando de emularlo.
Una mañana, cerca de un
arroyo, el viejo fotógrafo se enfrenta cara a cara con el tigre: la luz es
perfecta, el encuadre lo satisface, el reflejo de esos ojos dorados en el agua
harán la diferencia. Siente un hormigueo en la barba, una gota de sudor le baja
por la espalda. Por fin, después de tanto tiempo, logrará que su sueño se haga realidad.
Dispara su Nikon en el momento preciso, como un dardo certero, pero el animal
salta sobre él y le arranca la cámara de un zarpazo.
Al día siguiente, el
fotógrafo joven encuentra los restos del viejo. Buitres y roedores han pelado
los huesos durante la noche. La ropa hecha jirones y la mochila despanzurrada
completan la escena. A unos pocos metros, la Nikon está intacta. La foto del tigre, piensa el
joven, se venderá muy cara.
domingo, 7 de mayo de 2017
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