viernes, 19 de mayo de 2017

Aquilatado el plátano
Resuena en mi bemol la espuma inerte,
Mientras campanas volátiles
Invitan a partir hacia otros mares.

Pero de pronto
Emerges de la sangre
Blandiendo tus arpones…
Y ocupas todas las esferas,
Las antesalas de la muerte.

Yo ya no creo en tus promesas,
(Esas voraces sanguijuelas insaciables.)
Entonces te respondo:
No hay ángeles sin nombre
Ni arcángeles precoces,
No hay cárceles de plumas
Ni jaguares feroces.
Es otro de tus trucos,
Uno más de tus delirios.

¿O es otro laberinto,
Para obligarme a ceder
Y gritar
Pidiéndote auxilio?.
LA FOTO DEL TIGRE

El viejo fotógrafo persigue al tigre en la jungla de Nepal. Desde hace quince años trata de obtener la foto perfecta, pero la fiera es esquiva, y aún no ha conseguido capturar su verdadera esencia en un retrato. El fotógrafo joven admira al viejo, lo considera un maestro, aunque sabe que su perfeccionismo le impide publicar trabajos de los que él, apenas un aprendiz, estaría orgulloso. Y entonces le sigue los pasos tratando de emularlo.
Una mañana, cerca de un arroyo, el viejo fotógrafo se enfrenta cara a cara con el tigre: la luz es perfecta, el encuadre lo satisface, el reflejo de esos ojos dorados en el agua harán la diferencia. Siente un hormigueo en la barba, una gota de sudor le baja por la espalda. Por fin, después de tanto tiempo, logrará que su sueño se haga realidad. Dispara su Nikon en el momento preciso, como un dardo certero, pero el animal salta sobre él y le arranca la cámara de un zarpazo.

Al día siguiente, el fotógrafo joven encuentra los restos del viejo. Buitres y roedores han pelado los huesos durante la noche. La ropa hecha jirones y la mochila despanzurrada completan la escena. A unos pocos metros, la Nikon está intacta. La foto del tigre, piensa el joven, se venderá muy cara.

"Digitech", lápiz digitalizado.